El número concreto es superior a lo que estimábamos. Nos sorprende y a la vez reafirma el camino del reclamo que venimos manteniendo, porque una cosa es no tener aumento salarial y otra es ser garantes el sistema educativo. A ese rol lo debe cumplir el estado, no los trabajadores.

La encuesta también reveló que el 90% de los educadores invertimos en elementos informáticos. Dentro de este porcentaje, el 54% debió comprar memoria, auriculares y cámaras web entre otras cosas, pero el resto (46%) debió directamente comprar computadoras (PC, netbook o notebook) y endeudarse al momento de adquirirlas. A esto se suma que casi el 40% debió comprar un teléfono móvil mejor al que disponía para poder contar con una herramienta que permita filmar y aumentar la capacidad de almacenamiento como condición necesaria para enviar por ejemplo, videos explicativos que suplanten la presencialidad. 

La consulta sobre cuánto implicó la erogación monetaria realizada para la adquisición de elementos informáticos tomando como comparativo el monto del salario mensual, arrojó resultados sorprendentes: el 88% erogó en esas inversiones hasta 3 salarios mensuales. 

Toda lógica está invertida cuando para poner en marcha la educación virtual cada docente privado debe gastar 3 sueldos y para sostenerlo debe gastar $2000 mensuales. La educación es una obligación del estado y no la están cumpliendo. Es lamentable el rol que pasaron a ocupar las autoridades ministeriales.

La virtualidad trajo consigo, además, la necesidad de utilizar diversas plataformas para dar clases así como nuevas formas de correcciones y de carga de trabajos, lo cual conllevó que un 11% debió capacitarse y pagar cursos de informática para cumplir con los nuevos requerimientos. 

 

Más cifras

Para dar clases virtuales el 80% tuvo que mejorar tu conectividad hogareña y el 60% el paquete de datos de dispositivos móviles.

Al 74 % el consumo de luz te llegó aumentado en un 20% y el restante paga entre un 20 y un 50% más.

Un 7% debió comprar sillas ergonómicas para mejorar su postura personal ante la gran cantidad de horas que pasaban sentados dando clases o corrigiendo.