A principio de este mes una docente hacía pública las presiones muy puntuales que recibía por parte de la patronal de su colegio para trabajar más horas y satisfacer las demandas de las familias. Esa alerta puso otra vez en agenda las condiciones laborales de la docencia del ámbito de la enseñanza privada, esta vez en la pandemia. Diferentes testimonios describen lo heterogénea que es esta educación, donde pueden sentirse acompañados por las instituciones o bien trabajando como en un call center.
El doble o el triple de trabajo. Muchas horas frente a las pantallas y otras tantas preparando las clases para una modalidad que la mayoría aprendió sobre la marcha. Todos los recursos salen del propio bolsillo docente: desde celulares hasta computadoras, además de los gastos para sostenerlos (pago de datos móviles, abonos de internet y mantenimiento de equipos). Tan es así que las clases dependen del aporte directo que hace la docencia. Es decir, son quienes en este momento sostienen la enseñanza. Aún así, aseguran que no siempre se valora la tarea que hay detrás del armado de una clase virtual; es más, han escuchado recriminar a las familias: “Mandan un videíto y listo”.
Reciben órdenes y contraórdenes del Ministerio de Educación de la provincia, que en lugar de acompañar y dar seguridad colabora con el estrés diario. Los salarios están congelados desde diciembre del año pasado y la única respuesta a la demanda de paritarias fue un bono de tres mil pesos, por única vez. “Un insulto”, lo definen. A este panorama que marcan diferentes testimonios de la docencia de la enseñanza privada (la mayoría delegados del Sadop) –y que comparte con la pública–, se suma la de la inestabilidad laboral y las presiones ejercidas por la patronal para satisfacer las demandas de las familias. Además de hacerse cada día un lugar más en la lucha gremial por mejores condiciones de trabajo.
“Cuerpo de capitanes” El lunes 4 de agosto comenzaba una capacitación docente en toda la provincia determinada por el Ministerio de Educación y con suspensión de las clases. Ese mismo día, el Colegio San Bartolomé informaba a sus educadoras que podían participar de esa formación durante la hora del almuerzo y sin interrumpir el dictado de enseñanza. Esa medida fue otra más en una larga lista de atropellos laborales que vienen padeciendo las y los docentes en la institución.
Lo ocurrido se difundió por Redacción Rosario (“Abusos laborales de colegios privados en tiempo de pandemia”, 4 de agosto 2020). Luego de esta publicación –replicada en otros medios–, la capacitación se dispuso dentro del horario laboral, aunque no se suspendieron las clases. Pero no quedó ahí. Este martes pasado las y los docentes recibieron una carta –enviadas por la propia institución– y que firma el “Cuerpo de capitanes del Colegio San Bartolomé” (una especie de cuerpo de delegadas y delegados estudiantiles).
El texto arranca aludiendo a la publicación de este medio y la definen como “algo inesperado”. Aseguran que al haberse enterado de la capacitación de dos semanas sin clases, al principio todos compartieron “una suerte de euforia, exaltados como todo joven que no tendrá clases, y puede dedicar ese tiempo libre al ocio y disfrute”. “Sin embargo –continúa–, en el fondo supimos que no era lo correcto (…) sabíamos que al final los que estaríamos perjudicados seríamos nosotros los alumnos”. También celebran que “el colegio no cediera ante sus propias responsabilidades”. “Además, nos pareció injusto acusar a nuestro colegio, ya que, gracias a él, en estos tiempos de pandemia pudimos seguir con nuestra educación”, expresan en la misiva y piden seguir por ese camino del “esfuerzo”.
“Dudo que haya sido escrita por los propios alumnos, o que haya sido iniciativa de ellos”, comparte la sensación sobre este mensaje una docente del San Bartolomé, y al que considera una presión más de la patronal. En este colegio no hay delegadas ni delegados gremiales y la participación sindical no está vista con buenos ojos.
Inestabilidad y sobrecarga Oriana Barbero Vidal es maestra de primaria en el Complejo Educativo de Alberdi. También es delegada gremial. Las presiones que viven en este tiempo de trabajo a la distancia provienen sobre todo por las “exigencias de clases virtuales, de cierta cantidad de actividades diarias, de la corrección al día y con un horario de trabajo que nunca termina”.
“La última reunión (institucional) la organizaron para un día de paro. Nos dijeron ‘es urgente’, y nos sumamos todos porque estábamos cobrando el aguinaldo en cuotas y había amenazas de empezar a cobrar el 90 o el 80 por ciento del sueldo. Una amenaza de inestabilidad laboral”, dice Oriana. En esa misma línea les han llegado a decir “o atienden el teléfono o los padres van a dejar de pagar las cuotas”, poniendo a la escuela más que como una institución educativa como “una empresa que brinda un servicio”.
Las exigencias de las familias hacia las docentes no son uniformes. “Sabemos que algunas están desbordadas de trabajo y recién pueden conectarse un sábado, eso lo entendemos. Pero hay otro sector que pide que demos 4 o 5 horas de Meet por día, cuando ni los propios chicos pueden sostener ese tiempo. Tengo clases de media hora y me dicen «Seño estoy cansada, me quiero ir a jugar»”, describe Oriana, que enseña en tercer grado.
Una de las delegadas del Colegio San José Obrero también es maestra de primaria y se presenta como “parte de la comunidad” de esta escuela. “Es un año de trabajo muy particular, de no tener horarios, llegan notificaciones a cualquier hora, incluso en las no laborables. Tuvimos que poner un límite”, dice.
“Una se siente sobrecargada. Hay momentos muy difíciles. Los días de zoom cuando sabés que los padres están ahí, es esa presión constante, con el manejo de la comunicación”, describe de la jornada de clases a la distancia, además de marcar el estrés que genera ese tiempo de pantallas.
Julio Nogueira es docente de ciencias sociales en los profesorados del Lasalle y el Santísimo Rosario, es delegado gremial y también dicta clases en la universidad pública. Prefiere hablar de “una educación de contingencia, de emergencia”, más que de una educación virtual.
Julio tiene más de 270 estudiantes a su cargo con una veintena de aulas abiertas. “Yo soy un call center. En educación superior los que damos clases lo hacemos en varias materias, en un momento te sentís 24 (horas) por 7 (días). Mis alumnas que trabajan en call center contaban que este régimen es parecido a esos lugares de trabajo. Se asemeja en la disponibilidad permanente, en la imposibilidad del error y en la evaluación del otro. Porque los directivos se reúnen con los alumnos por fuera de las reuniones con los docentes, para ver en qué materias tienen problemas y uno se siente mirado”.
“Es un call center –continúa– porque hay una evaluación de grado de satisfacción que me hace acordar a los noventa: qué satisfacción tenían los padres de los alumnos respecto de los docentes. Hoy nos evalúan con un lenguaje más inclusivo, más moderado, para ver cómo es la relación, pero igual nos sentimos muy mirados por las instituciones”.
Asegura que participar del sindicato los contiene, sobre todo ante la inestabilidad laboral. Opina que en muchos subsiste el miedo a esta participación porque “por lo general es único salario y sostén de hogar, y si bien las puertas del diálogo siempre están abiertas, el miedo a perder el trabajo existe”.
Adelanta datos preliminares de una investigación que desarrollan en el ámbito de la universidad y que da cuenta de que el 74 por ciento de los docentes toma alguna medicación. “Estamos trabajando a tracción a sangre. Vamos cambiando de silla para ver cuál duele menos, Y al alumno lo tenemos que motivar para que no se caiga del sistema. Le preguntás que necesitan (pensando en las clases) y responden ‘leche’”, describe parte de lo que rodea el trabajo docente y causa malestares de todo tipo.
Control permanente y tarea social A Andrea Bertozzi le duele no acordarse de las caras de sus alumnas y alumnos, sobre todos los del primer año, de no poder individualizarlos y llamarlos por su nombre. Atraviesa el alma cuando describe lo que le pasa. No es para menos si se sabe que tiene a su cargo 380 estudiantes de la escuela secundaria. Es profesora de geografía en el Instituto Zona Oeste, en la Escuela Nuestra Señora de la Guardia y en la N° 571 María Montessori (esta última pública). “Tuve que replantearme la mirada pedagógica, mucho tiempo sentada frente a la computadora que no me gustaba, mucha tensión, mucho dolor de espalda, cambió todo”, describe.
“La relación laboral es de control permanente. Pasar listado de quien entrega o no los trabajos, mandar las actividades on line. Las escuelas tienen plataformas, y el control de las actividades con el encuadre que cada uno pide. Están siempre encima, preguntando, bien, sin presión, pero es la patronal encima y en los tiempos que estipula la escuela”, marca sobre el trabajo diario.
Verónica Grazioli trabaja en la Escuela N° 1146 Dinad, de modalidad especial. Es también congresal nacional de Sadop. A esta escuela asisten desde niñas y niños de 5º años hasta jóvenes de 22, con diferentes discapacidades. La mayoría de bajos recursos, por tanto la tarea en este tiempo se ha centrado sobre todo en lo social. “Son familias que se han quedado sin trabajo, que muchas veces viven hacinadas, sin medios para comunicarse, ni computadoras, ni internet o con un solo teléfono. Estamos enfocados más en lo social, en el bolsón para que no les falte la comida, que tengan su abrigo”, describe Verónica. Y esto no significa menos horas laborales, sino reinventar día a día el oficio para estar cerca de las alumnas y los alumnos, y sus familias.
Verónica está enojada, muy enojada con las políticas educativas de la provincia y no lo oculta. Por un lado por el bono que rechaza de plano, por otro al recordar que la ministra de educación, Adriana Cantero, es profesora de educación especial y no esté en la misma vereda de la docencia.
Entre hacer “algo” y ser como Xuxa
Maximiliano Corvalán es profesor de química en el Colegio Medalla Milagrosa, también es delegado gremial. Diferencia de su ámbito de trabajo, donde asegura se sienten como “privilegiados”, de otras escuelas privadas donde la pasan mal trabajando bajo presión y amenazas de perder el trabajo. Es especialista en educación a distancia y en TICs educativas, desde ese lugar lamenta que todo este tiempo no se haya aprovechado desde las políticas educativas de la provincia para capacitar al magisterio.
“En Medalla Milagrosa tenemos un equipo directivo muy comprensivo y lo que nos han pedido es sostener a los chicos en la presencia, de ir construyendo saberes en función de lo que se está viviendo”, dice Maximiliano, y agrega que esto no pasa con las familias cuando las reglas no son claras. “Hemos tenido presiones de quienes dicen ‘yo pago la cuota y quiero que a mis hijos les den clases’. Algo que se da en general en la educación privada cuando se cae en esta lógica de mercado. Caemos en una trampa en hacer ‘algo’ para satisfacer esa demanda de consumo. En lugar de hacernos preguntas sobre ese ‘algo’ que tenemos que ofrecer y aprovechar la oportunidad de transformar este sistema educativo”.
Marina Ricart es docente de nivel inicial en el Colegio Sagrado Corazón, también delegada gremial. “Nunca dejamos de dar clases, por eso enoja cuando preguntan ‘cuándo vuelven las clases’”, expresa apenas arranca la charla y para marcar que el trabajo docente siempre estuvo a la altura de la realidad. También cómo fueron modificando –y hasta dando pelea– el contacto con las familias. Al principio no la tenían. Las actividades que enviaban estaban mediadas por la dirección de la escuela y una mamá que oficia de delegada con el resto. No había contacto directo, sí mucha intermediación. “Fue una falta de confianza para mí. Sentíamos que estábamos siendo evaluadas por los padres, y estas evaluaciones son escuchadas (por la patronal de la escuela). Y no siempre la visión de los papás se corresponde con lo pedagógico”, marca sobre esa situación que lograron revertir.
Otro aspecto tuvo que ver con la comunicación permanente: “Al principio fue un tsunami de whatsapp de la institución. Ahí empezamos a pedir límites en los horarios”. Marina destaca los logros en el trabajo a la distancia, los vínculos que lograron entablar aún con niñas y niños muy pequeños. Por eso duelen las presiones que cada tanto ejerce la institución, muchas veces para contentar a las familias y mostrar que “algo” hacen. “En un momento planteé: ¿quién soy yo? ¿Xuxa? Mi objetivo no es entretener al nene, es crear vínculos”.
La variable de ajuste “La variable de ajuste es la docente”, alerta en forma categórica el secretario general de Sadop Rosario, Martín Lucero, a manera de resumen sobre las condiciones laborales en este ámbito. Lo dice también en relación a que las horas de enseñanza se sostienen con el trabajo del magisterio, y a costa de los recursos que pone de su bolsillo. “En realidad la escuela no invierte más, sino que el que tiene que trabajar más es el docente”, señala Lucero, y habla de la extensión de las horas de trabajo en la pandemia.
También marca que la entrega de equipamiento de trabajo corresponde al empleador, no al docente. Pero en realidad quien pone el paquete de datos y demás recursos es la docencia.
Martín Lucero define a la educación privada como totalmente heterogénea, donde hay lógicas distintas para trabajar: “Por definición las familias eligen la escuela, al hacerlo se adhiere a la propuesta educativa de esa escuela. Pero aquellas que tienen un sesgo empresarial, arman sus proyectos según lo que cada familia quiere, y eso se consigue haciendo trabajar el doble a los maestros. Todas las presiones siempre tienen una misma inspiración ideológica ligada al consumo. Les han hecho creer a los padres que porque ellos pagan tienen derecho a exigir”.
“Tenemos que tener muy presente –agrega– que la mayoría de los problemas surgen por el mensaje equivocado o mal dado que les dan las escuelas a las familias. Lo que tiene que ser fuerte es el proyecto educativo no la demanda familiar. Si eso está claro se va a trabajar mejor”.
Lucero señala que la presencia del Sadop en los colegios privados ha crecido muchísimo en los últimos años: “La presencia del sindicato en los colegios transforma radicalmente la visión y la manera con la que se trabaja. Hay una perspectiva de derechos. Se trabaja mucho mejor cuando tienen participación, cuando el sindicato entra a la escuela, hay delegados. Cuando las escuelas dan ese paso no se vuelve para atrás”.